La Semana Santa se acerca, y con ella, un espacio propicio para vivir con Jesús, el camino que recorre -de algún u otro modo- el ser humano, en general. Cristo con su vida y obra, con sus gestos y palabras, con su pasión y muerte, con su resurrección, en cuanto culmen del ser humano, nos muestra precisamente el camino por el que debemos andar en cualquier circunstancia de nuestra vida, con salud o enfermedad, con alegría o tristeza, con llanto o sonrisa, en compañía o soledad.

Se trata, precisamente, de la historia humana atravesada por tantos vaivenes y circunstancias diversas, por sueños, deseos, anhelos que transversalmente traspasan las experiencias concretas y se sobreponen a las más terribles desesperanzas, sin importar lengua o tradición, riquezas o pobrezas, hábitos o costumbres. El dolor alcanza sin excepción, y la luz de la vida busca por doquier su espacio de presidencia. Si hay algo que caracteriza la historia del ser humano desde que adquiere esta tal conciencia de sí, es precisamente este sobreponerse a las adversidades que, aunque mutilen tantas veces a las comunidades humanas, ellas logran encontrar los caminos adecuados para seguir adelante. Esto que ocurre con la comunidad, le ocurre a cada uno en particular.

La pasión, muerte y resurrección de Cristo nos recuerda precisamente que la conciencia humana, aun habiendo atravesado por tantos vaivenes, puede-debe todavía seguir su camino de maduración. Solo una conciencia como la de Cristo es capaz de penetrar en el sentido verdadero y auténtico de lo humano. Él, como Verdad, Camino y Vida, se nos ofrece como puerta para ingresar a un modo de vida diverso, desde el Espíritu. Él que siendo rico se hizo pobre, que, siendo sabio, se hizo humilde, alcanza las profundidades y los recónditos lugares sombríos de la existencia, exceptuando el pecado, es decir, la ruptura con el creador, su Padre amado, para elevar nuestra conciencia a un estado mayor de nuestra propia capacidad en cuanto, facultad, y así nos dispone y nos confronta con nuevas vidas, con nuevas posibilidades de vida, nos convierte. Lo que no se entiende solo en el ámbito específico de una religión, sino que nos trasforma verdadera y profundamente en seres cada vez más humanos, no solo para comprender su altura y hermosura, sino para vivir precisamente como él, volviendo continuamente a Galilea, el lugar del reencuentro luego de la resurrección, junto a los discípulos, mostrando su propia fidelidad al proyecto del Padre. En esa orientación se comprende nuestra existencia, pudiendo continuamente recomenzar, como seres abiertos a un nuevo inicio.

La Semana Santa, con cada uno de los días y momentos, nos disponen y confrontan, por lo mismo, con la voluntad de Dios para la humanidad, evidentemente tan distraída de todo ello y tan distante de estas profundidades en las que el Señor nos habla. Dispongámonos internamente a vivir estos días santos, de una manera que nos permita sintonizar con todo cuanto el Señor anhela para nosotros, personalmente, de la familia, de la sociedad, de nuestra existencia en este mundo. Redescubramos en estos días, el paso que podemos dar en el proceso de una mayor humanización a la que estamos llamados/as a vivir cada día.